Traía en mis manos un corazón roto envuelto en silencios, varios consejos repetidos hasta el hartazgo e intentos nuevos predestinados a fracasar. Escribía en hojas sueltas que se perdían en mi desorden, y temía que alguien las encontrara. La idea de tener un espacio virtual donde pudiera hacer lo que tanto me gustaba sin preocupaciones, era maravillosa.
Fueron, de a poco, sumándose desconocidos. Algunos se volvieron frecuentes; otros, compañeros de charla hasta que los ojos pidieran tregua frente al brillo del monitor. Pocos se volvieron cercanos.
Nueve meses.
En ese tiempo una criatura adquiere las capacidades físicas para poder sobrevivir en la hostilidad del mundo. Con pulmones funcionantes da un grito apenas nace, y todos se felicitan en la sala porque el recién nacido está vivo.
En el mismo tiempo en que se desarrolla un embarazo, yo crecí. Aprendí del poder de las palabras, que pueden plantar mariposas en el estómago o bien destrozar ilusiones. Compartí disgustos, intentos, desafíos, logros. Grité. Pataleé. Lloré. Reí. Viví.
Vivo.
Pero es hora de tomarme un descanso de las palabras. Del blog, de las entradas y de mi escritura. Quizá sean sólo unas semanas, hasta que todo vuelva a estar en orden. Quizás sean unos meses, hasta que mi rutina vuelva a tener un respiro. O quizás unos pocos días, hasta que mi cabecita se atiborre de pensamientos y necesite volcarlos en este espacio.
Será simplemente una ausencia sin fecha de retorno. Nada de lo escrito acá será sentenciado al olvido, ni mucho menos eliminado. Porque hacerlo sería borrar esa parte de mi historia que me hizo atravezar toda una amplia gama de emociones, necesaria para poder ver hacia adelante (y ya no más hacia atrás).
Fueron nueve meses llenos de vida. Llenos de mi vida.
Fueron nueve meses muy bonitos, en su compañía.
Gracias por eso. En serio.
Hasta la vuelta...