06 agosto, 2013

Amarras

Sucede que tengo dificultad en dejar ir las cosas. Soltarlas. Que el viento las lleve lejos, las arremoline a su antojo y las deposite en cualquier otro lugar. No puedo. Me cuesta.
Siento una angustia inmensa cuando se acerca el momento del adiós y se me acongoja el corazón justo cuando cierro los ojos con fuerza, evitando abrirlos para ver que ya no está aquello que se fue. Un objeto. Un abrazo. Un amor.


Y es entonces que, para evitar las pérdidas y los posteriores reclamos, ato con un delicado hilo infinito a cada una de mis posesiones. Para que en cuanto las necesite las tenga con sólo tirar de él. Para que cuando duelan tanto que las quiera bien lejos, las deje ir hasta ahí. Hasta donde mi mano permita, pero sin perderlas.

Porque, ¿qué sucedería si un día necesito esa palabra de aliento que desestimé por creer no merecerla? ¿cómo haría para volver a vivir aquél viaje que dejé olvidar por sentirlo tan pasado? ¿cuánto lloraría con estas ganas truncas de querer abrazarte y que no estés?


Por eso te tengo así, amor. Atado a mi corazón con un hilo difícil de cortar por tu silencio y tu ausencia. Firme, sin permitirte cambiar de posición y sin siquiera dejarte mover. Al alcance de mi memoria, pero sin perderte en mi olvido. Presente para cuando quiera hablarte. Ausente para cuando tu recuerdo duela.


Ahí te tengo, amor.


Hasta que el odio inunde mis ojos e invada cada fibra de mi corazón. Hasta que mi desinterés vaya haciendo más y más frágil al hilo que nos une. Hasta que el recuerdo ya no te quiera más acá y el olvido te espere con una sonrisa cálida.


Hasta que ya no te necesite más allí, y pueda finalmente dejarte ir.


02 agosto, 2013

Corazón mío

Hace un tiempo ya que regresé a mi vieja costumbre de llenar papelitos con frases sentidas en momentos poco oportunos. Vienen rebalsando mis bolsillos de aquellos pequeños trocitos de alma que voy garabateando entre clases de inglés, cuadernos de medicina y alguna que otra charla.

Es que tengo el corazón partido en mil pedazos. 


Y no hay momento del día que pueda frenar la tristeza que carga mi ser. Es imposible armarme de fuerzas para retener las lágrimas e intentar una sonrisa. Es agotador ir sorteando los recuerdos que se cuelan en la rutina sin pedir permiso y que se aferran al corazón deteniéndolo en su latir. 


Mil pedazos. Ni uno más, ni uno menos.


Y a pesar de que los junto y reacomodo las piezas hay algo que parece faltarle. Porque ya no late como antes, enérgico y atolondrado; ya no desprende magia por doquier ni acompasa el sonido de mi risa. Hace un eco sordo, ahora, que molesta al insomnio e incomoda al silencio. Tiene un repiquetear apagado, como si lo hiciera sólo por rutina. Triste. Gris.



Son los mismos mil pedazos que una vez estallaron, pero que con el tiempo logré rearmar.
Son los mismos mil pedazos que se sellaron cuando el amor los envolvió.
Son los mismos mil pedazos que ahora vuelven a quebrarse, porque el amor ya no está.


Es este mi corazón, entonces.

El de los mil pedazos.