26 julio, 2009

De puntillas

Quizá sea la época del mes, que mi cuerpo hace artimañas para acunar una vida que no llegará, y mis hormonas -alborotadas- modifican mi humor en cuestión de segundos.
Quizá sea la altura del año en la que estamos, que ya se arrima Agosto en los calendarios y no sé todavía en qué rincón perdí al mes de Junio ni cuándo fue que la mitad del año ya se esfumó.
Quizá sea el frío, que me tiene envuelta en un poncho que Mamá me dio a sabiendas de mi intolerancia a temperaturas tan bajas. Quizá sea que parezco abrazarme mientras lo enrosco entre mis hombros, y así voy por toda la casa, protegida contra el invierno.

O quizás, quién sabe, sea el venezolano que desde hace un rato me está cantando desde el itunes la misma canción, una y otra vez. Transportándome, en cada verso, a una tarde de verano con el sol en mi cara y una manta floreada evitando que el barro manche las ganas de charlar y contarnos todo.

Vaya uno a saber por qué será que miro hacia atrás como quien revuelve viejos álbumes de fotos, y ya no tiemblo.

Por allá, las sonrisas difíciles de camuflar. Más allí, mis manos hablando entre gestos. Y de pronto la tarde se volvió noche, y empezamos a caminar en un intento por estirar los minutos lo más posible. Luego, un mensaje escrito casi en secreto y finalmente el adiós-o-hasta pronto.

Pienso, a medida que el venezolano vuelve a iniciar la canción, en la magia de los primeros encuentros. Ese torbellino de agitación e incertidumbre que nos deja caminando de puntillas, planeando el siguiente paso cuidadosamente para no arruinar todo de golpe. O buscando las palabras justas para evitar quedar al descubierto, con todos los sentimientos exacerbados por la emoción de haber encontrado a alguien que nos tiene en constante primavera. En aquel cóctel de sensaciones que nos encuentra haciendo esfuerzos por intentar ocultar miradas o tan sólo aguantar la sonrisa que da vuelta la cara.

Pienso dónde quedará ese hechizo, con el paso del tiempo. Hacia dónde huirán las palabras que se dijeron, o en qué punto cardinal se esconderá la terneza de las miradas cuando el sol las iluminaba.
¿Irán, acaso, a otros primeros encuentros? ¿Saltarán de rostro en rostro, regándolos de nuevas ilusiones? ¿Se contagiarán a otros, como sucede con los bostezos? 

Tal vez queden ocultas entre las pestañas, esperando por inundar de alegría -una vez más- a los ojos cansados de tanta rutina. Tal vez se estanquen entre los pliegues de la piel, colonizando recovecos de difícil acceso y haciéndose imperceptibles. Tal vez hasta se adormezcan y nunca más (nunca, nunca, nunca más) puedan despertarse. 

Quién sabe.


 



16 julio, 2009

Desde la ausencia: Correr

Jueves 11 de Junio
10:39


Rápido, rápido. Hay que levantarse porque el despertador sonó. Rápido. Una chinela, la otra. Rápido, rápido. A la cocina a poner el agua para el té, y la tostadora con un pancito blanco. Mientras, al baño, y después a ver la temperatura en la tele. Rápido, rápido. La polera gris, el jean azul, alguna bufanda. El té que espera en la mesa de la cocina, con la tostada y el queso untable. Rápido, rápido. Queda media taza de té sin terminar, el tapado gris de botones grandes y un beso de hasta luego. Rápido, rápido que el colectivo se va. Hay que correr, porque perderlo significaría quedar esperando quince minutos en la calle desierta del barrio. Y mamá dice que es peligroso. Y yo le digo que caminé mil veces por lugares peligrosos y nunca pasó nada. No tientes a la suerte, pienso. Vamos, vamos que hace frío. Y llega. Y rapidito me subo y le digo buen día, sin esperar respuesta.
Rápido, rápido. Hay que llegar rápido así encuentro un buen lugar en la clase. "No señor, siéntese usted que si lo hago yo me duermo", y no estoy en condiciones de entregarme al sueño que me persigue hace unos días. Rápido, chofer. Que tengo que llegar, y esperar al ascensor, y presenciar la clase que -con suerte- termina antes, y -con suerte- llego antes a casa, y -con suerte- poder dormir la siesta. Pero si no se apura, chofer... rápido, rápido.
Hay que caminar apresuradamente las siete cuadras hasta la facultad porque hace frío, y subo el volúmen del reproductor de música con la intención de poner ritmo a mis pies que empiezan a cansarse. 
Rápido, rápido, apuro el paso. 
Y lento, muy lento, el random del reproductor me traiciona con los acordes de una canción que me recuerda por qué corro tanto. 








Cierto. 
Corro porque de lo contrario todo se detendría a mi alrededor. 
Corro para esconder el temor a convertirme en estatua de sal.
Corro para no pensar.

Cierto. Corro, de mí.


11 julio, 2009

Desde la ausencia: Nostalgia

Lunes 1 de Junio
11:21


Es un dolor extraño
morir de nostalgia por algo
que no vivirás jamás.

Seda, Alessandro Baricco.




El llanto corta el silencio de la habitación. Estallan pedazos intangibles de tranquilidad y quietud que abandonan la casa a medida que de los ojos van cayéndole lágrimas que dejan húmedos surcos en las mejillas a lo largo de su trayecto. El llanto nacido en las vísceras, desde lo más profundo de su ser, se vuelve sonoro. Y nadie parece estar escuchándolo.

Sé que le duele intentar respirar entre preguntas que nadie responde. Duele el centro del alma, ahí donde hace un tiempo brillaba la felicidad con todos sus matices. Ahí donde, ahora, sólo residen recuerdos en blanco y negro que se mueven lentamente.

Sé que le quedaron deseos y ganas por estrenar; secretos que nunca fueron revelados, por haber sido destinados para después, para cuando tuvieran tiempo. Y resultó ser que el tiempo se les escurrió más rápido de lo planeado y de pronto se encuentran acurrucados en una esquina, con las manos cubriéndose las facciones. Con las ganas acumuladas en los ojos, en los labios, en la piel. Vencidas. 

Sé que no habrá respuesta, ya. Y que el llanto no dará tregua a la brevedad. 


Es inexplicable la angustia que refleja ver aquella esencia tan frágil perder el optimismo, a la vez que muestra su bandera blanca de rendición frente a la inconmensurable tristeza. 
Verla volverse carne de tanto llanto y tanta pena.
Verla morir un poquito por lo que fue. Otro poco, por lo que quedó. Y otro poco, y otro, y otro... por lo que nunca será.







06 julio, 2009

Desde la ausencia: Silencios

Viernes 29 de Mayo
23:38


Sólo nos queda silencio, ahora. Sólo resta un sinfin de palabras sin sonido que, por más que las grite con todas mis fuerzas hasta desgarrar mis cuerdas vocales, nunca llegarás a escuchar. Porque corrés, cada vez que te descubro entre la multitud. Porque te escondés detrás de un montón de hojas del trabajo, cada vez que te pido algo. Porque la rutina te abrazó, un día, y quedaste cómodamente balanceando tus pies en su ritmo repetitivo. Vos. Vos y ella y él. Y yo.

Si abro la boca, es para decir cosas sin importancia. Nada trascendental. Ninguna opinión acerca de la pandemia que sufre el mundo, ni de los chiquitos que se mueren de hambre en Somalia todos los días. No discuto dónde está Dios en esos momentos, y mucho menos dónde está el policía que debiera haber evitado que le robaran a esa chica de mi clase en la plaza de la facultad.
Muerdo mis labios, y me resigno al silencio.

Si cierro los ojos, recuerdo su rostro. Y vuelvo a revivir distintas escenas y una sola noche. Repiso los pasos, reveo las miradas, recuento la historia desde el principio. Aún sabiendo que de nada servirá, que los dos pasos que avancé en la semana serán vencidos por un duro retroceder al simplemente cerrar los ojos. 
¡Pero es que el proceso del desprendimiento es tan lento! Tan lento...
Si abro mis ojos, y no está... 

Si estiro mi mano, quiero alcanzarte. Quiero que te levantes de la silla y me des un abrazo. Vos que sos mi amiga, mi confidente. Vos, desconocido y lector silencioso. Vos, que tenes brazos fuertes para sostenerme un rato ahí y no dejarme con este enorme sentimiento de soledad. Vos, ella, él.


Por eso nos queda el silencio. Porque las palabras que salen de mis labios carecen de esencia, y las que salen de mis vísceras no son oídas por vos. Porque mis miradas se quedan fijas en un punto, y si cierro los ojos estás pero cuando los abro.. no. Y aunque grite o intente alcanzarte, mis brazos son muy cortos, mis pies son muy débiles y mi voz se hace inaudible en los ruidos de la ciudad. 
Por eso nos queda el silencio. Ahora.



03 julio, 2009

De premios y recuerdos

Cada vez que venía a casa, mi tío traía consigo no solo a mi abuela sino también su cámara de fotos siempre lista para volver eterna la inocencia de sus sobrinos, únicos chiquitos de la familia hasta entonces.
Era verlo entrar, tan grande de porte, con su bigote pinchudo y sus ojos siempre celestes, y escondernos de sus dedos que buscaban cosquillas en nuestros cuerpitos infantiles. Era verlo entrar, y saber que junto con su mameluco azul y ese particular olor a cigarrillo venía también una seguidilla de flashes frente a cada monería, cada sonrisa sin dientes, cada berrinche por no querer hacerle caso a Mamá.

Yo era chica para ese entonces. Para cuando Mamá apareció con ojos raros a interrumpir la maratón de tele de un sábado a la mañana. Era muy chiquita para entender lo que quería decirnos entre lágrimas. Con doce años, cualquiera es chico para entender que el corazón, a veces, se rinde. 

Desde ese día no volvió a entrar a casa más que su recuerdo. 
El bigote se le volvió del color de la ceniza, y sus ojos celestes perdieron su brillo. La cámara de fotos, junto con otras pertenencias suyas, se instalaron en mi casa por tiempo indefinido.

No recuerdo mucho de esa época. Así como olvidé cuándo fue la última vez que lo vi o si le dije que lo quería, con el tiempo nos olvidamos de nombrarlo. Ahi fue cuando realmente murió.

Hasta hace unas semanas, que Nico me obligó -prácticamente- a participar en su concurso. La consigna era clara: buscar fotos de cuando éramos pequeños. Y nada mejor que el departamento de mi abuela para realizar la búsqueda.
Álbumes y álbumes de chicos sonriendo, de rulos rubios completamente despeinados, de personas que no están y otras que cambiaron tanto. De épocas que no recuerdo, pero que fueron felices. De un tiempo que parece tan lejano, pero que mi abuela tuvo el gusto de relatar por varias horas. Emocionada.

Y entre la selección de fotos y un café de mediatarde, revivió aquél cuarentón que hundía sus dedos en mi panza tentando mis cosquillas. 



Gané un primer premio en la categoría Actitud Colegial. La única foto que no fue sacada por mi tío.
Las otras, con el vestidito rosa el día de mi bautismo, en la playa barrenando, disfrazada de paisanita o mariposa... ésas, fueron gracias a él.

El manual de sexto grado del Viejito Protestón autografiado que me corresponde, es un premio al recuerdo de un tío que no nos dejó primos para jugar en vacaciones ni historias que podría repetir hasta cansarme. Pero que, para compensar, nos dejó montones de fotos donde seremos chiquitos por siempre.




Gracias a todos los que, sin saber, votaron por esa nena de rulos rubios. Sí, soy yo.
Y gracias Nico por el concurso. 

01 julio, 2009

Volver

Ha pasado el tiempo desde la última entrada publicada. Apenas más de un mes, y la vida da un vuelco tremendo.
Ha pasado el tiempo, y mi equilibrio emocional fue puesto a prueba -nuevamente- sólo para darme a entender que no importa en cuántos pedacitos un corazón se estalle... el mundo sigue su curso sin molestarse por las noches de insomnio ni el desgano que se acumula en los ojos y se materializa en lágrimas.
Ha pasado el tiempo y tengo varios kilos menos, sueños recurrentes, unos logros académicos que me incentivan a seguir y días de descanso que quiero ocupar para no encontrarme sola en la inmensidad de la quietud que me circunda.

Sí que pasó el tiempo, y ya no somos los de antes. Ustedes, que se casan o viajan o renuevan el hogar. Yo, que siento cómo bailo dentro de la ropa de invierno que comienza a quedarme grande. El blog, que -como verán- tiene plantilla nueva. 
Y en este cambio, producto de un mes caótico y vicisitudes de diferente índole, descubrí que por más modificaciones que experimente (y por más que lo intente) siempre vuelvo una y otra vez a lo que me hace bien: escribir.

Me pasé viajes en colectivo, con los ojos fijos en la nada misma, armando oraciones en mi cabeza. Hilvané párrafos tristes durante el día, que terminaba desarmando antes de irme a dormir con el argumento de que era un sinsentido perder esa energía mental que bien podría utilizar al momento de estudiar. 
Me pasé noches releyendo entradas antiguas, y mis propias palabras me dejaban trémula en el enorme sillón del escritorio. Y entendí que, así como en su momento a muchos desconocidos les fueron significantes, en aquellas noches se volvieron las palabras más adecuadas para mí misma.
Desde entonces, me dediqué a llenar los renglones del cuaderno que mi Amiga del Alma me regaló en febrero, con letritas redondeadas. Fui completamente fiel a aquello que me hacía bien, y escribí desde la ausencia. Hasta tengo ganas, ahora, de compartir algunos con ustedes en entradas a estrenar. 

Porque vuelvo. Porque quiero volver. 

Volver luego de vaciarme de optimismo y ocupar ese huequito con responsabilidades.
Volver después de un tiempo de ausencia autoimpuesto que necesitaba tomarme.
Volver a este espacio que me corresponde por llevar mis letras, mis palabras, mis emociones. Volver, a mi blog.