14 noviembre, 2013

Hola, reinita

Tengo una imagen mental que no se va. Estuvo todo el día yendo y viniendo a través de mis ojos, como si fuera un video que no termina jamás. Que siempre vuelve a empezar. Infinitamente.
Pareciera como si el recuerdo de mi vida pasada se hubiera estancado ahí. Mi vida pasada. Claro, como si los últimos cuatro años que pasé junto a él formaran parte de alguna de mis tantas vidas partidas. 

Yo infante. 
Yo adolescente. 
Yo universitaria. 
Yo pareja y concubina. 
Yo sola.

Pareciera como si ese recuerdo se hubiera pausado ahí. En el preciso momento en que llegaba del trabajo haciendo resonar sus zapatos de hombre de negocios y cantando algún tema de moda, o simplemente llamándonos -a la perrita y a mí- con un tono tierno y divertido. Haciéndose esperar desde el pasillo. 
Era ese mismo momento en que me sonreían los labios y se apresuraba el corazón, mientras que la perrita daba saltos y movía su cola de felicidad. Era aguantar la respiración por segundos, hasta escuchar el ruido que hacía la llave en el cerrojo y la puerta se abría para dar paso a una fiesta de saludos entre él y nosotras.

- Hola, reinita.

Una y otra vez, vuelta a empezar. Todo el día de hoy. Desde el ruido del ascensor anunciando su llegada, hasta el momento en que terminaba por sacarse la ropa del trabajo. Sin saltear detalles ni ensombrecer recuerdos. 
Fueron sus besos, sus caricias, sus ganas de un mate conmigo; fue sentir la espera aún sabiendo que no iba a llegar. Fue aguantar la respiración y cerrar los ojos para abrirlos frente a la incertidumbre de no saber si él estará. 

Fue caminar con el mismo recuerdo todo el día a mi lado. 

Fue aguantar toda esta angustia. 
Ansiando el reencuentro. 
Deseando escuchar el repiqueteo de sus zapatos por el pasillo. O simplemente su voz, llamándonos. A la perrita, y a mi.











02 noviembre, 2013

Encuentros

Tuvimos un gran reencuentro luego de casi cuatro meses de ausencia. Cuatro meses en el que el teléfono era nuestro nexo hasta que decidí dejar de atender sus llamadas porque el dolor, este maldito dolor, se apoderó de lo más preciado que habíamos creamos. La confianza. 
Se me llenó de duda la esperanza y se tiñó de gris mi voz cuando leí -sin querer hacerlo- que quizás ya estuviera ocupado el puesto de ser su compañera en esta vida. Se me estrujó el corazón de sólo imaginar que no era yo quien le preparaba el café con leche a la mañana, y que eran otros labios los últimos en rozar los suyos al final de cada día. Me quedé sin aire al darme cuenta que en la misma cama donde hicimos el amor más que la guerra, hoy había un cuerpo ajeno al nuestro. 

Fue un lindo reencuentro, luego de haberlo sabido tan solo como yo. Durmiendo ocasionalmente con amantes pasajeros. Preparando nuestros propios café matinales (o sólo un té en mi caso). Sonriendo cordialmente a la vida, y cada tanto al recuerdo de una convivencia que marcó nuestra historia.

Fue un reencuentro acordado por los dos. Por nuestras ganas de vernos. Por su mano en mi cintura. Por la mía buscando entrelazarse con la suya. Por el beso que me dio, sorprendiéndome. Por el beso que le di, respondiéndole. 

Por el vino.
Por el silencio.
Por la ropa en el piso.

Por la promesa de otro encuentro. Y otro. Y otro más...