20 septiembre, 2013

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NOTA MENTAL

Basta de esperar(lo), Flori. El mundo es demasiado maravillo y sorprendente como para que tus ojos se nublen por alguien que, un día, decidió que quería estar solo. Y no vale la pena seguir esperándolo, linda. Ha sido una hermosa historia de amor que llevarás por siempre en tu corazón, pero es momento que levantes la cabeza bien alta, te pegues una de esas sonrisas encantadoras que tienes, y sal a hacer resonar tus pasos por las callecitas de este Buenos Aires que se prepara para la primavera.
Sonríe. Y se feliz.
Con muchísimo cariño,


tú misma.

15 septiembre, 2013

Correo *

Cuando te des cuenta que (otra vez) te olvidaste de llamarme, no lo hagas. No me llames. No tengo ganas de que me inventes cualquier excusa o que me cuentes que estuviste TAN ocupado como para que se te olvide que habías quedado en llamarme. De todas formas tampoco es que hablamos de cosas trascendentales. Es sólo “cómo estás” seguido de “cómo estoy” y listo. Es más de lo mismo. No hablamos de cómo en verdad estamos. Separados. Así estamos. Lejos.
Tampoco puedo reclamar la falta gravísima que estás teniendo conmigo, dado que (ya) no soy tu novia, tu concubina, ni tu amiga. De hecho, ya no se ni lo que soy para vos. Por lo tanto no puedo gritarte como antes que se te olvidó un detalle, no puedo enfurecerme hasta la médula y hacerte notar mi molestia. No puedo reclamarte con ojos tristes que te olvidaste de mí. Otra vez. Y en vez de armar todo un espectáculo decido que quizás es mejor no decirte nada. Que reine el silencio. A ver si así te entra la intriga y te preguntás qué es lo que está pasando que no te estoy reclamando. A ver si así me llamás, y yo tan “como si nada hubiera ocurrido” te atienda (si es que decido atenderte) para que sea todo nuevamente un cómo estas seguido de cómo estoy y sanseacabó.

Sinceramente por un momento me hice la idea de que quizás, si tanto me insistías en que no desapareciera cada vez que nos despedíamos, significaría que tal vez, en algún remoto momento, existiera la mínima oportunidad para reconquistarnos. Vos a mí. Yo a vos. (Aunque ahora que lo pienso es un sinsentido reconquistar a alguien que quiere estar solo, que no quiere más responsabilidades en su vida, que no tiene interés en darle explicaciones a nadie. Seamos honestos, esa es la razón por la cual hoy seguimos así. Separados y lejos).
Pero no, aparentemente me inventé un dejo de esperanza donde en realidad no había nada más que un capricho tuyo por no dejarme ir. Sí, es eso. Un capricho. Como los que tienen los nenes de 10 años con algún juguete de moda. Solo que para vos el juguete soy yo. Y resulta que yo tengo sentimientos y emociones, que la mayoría del tiempo me dominan y te extrañan. Y resulta que yo tampoco puedo dejarte ir porque tengo miedo a perderte. Pero perderte con todas las letras, eh.  P E R D E R T E. 

Y necesitarte, descubriendo que no estás. 

No estás. Conmigo. Acá. Para enfurecerte con mis tontos reclamos de atención que antes te salían hasta el hartazgo. Para sostener este cuerpo que de tanta angustia quedó frágil (como el juego de té de porcelana que nos regalaron para las fiestas y te lo quedaste). Para abrazarme esta noche que tengo miedo, mucho miedo de no encontrar en ese océano de oportunidades que todos dicen que existe, a alguien como vos. O mejor que vos, así no me deja sola con tanta ausencia que ya no sé qué hacer con ella. Que no se vaya frente a la primer tormenta. Que no escoja a la maldita soledad que hoy se ríe de mí y hace que te olvides de llamarme. Otra vez.

Ya ves, tengo miedos, ausencias, dolor, angustia, pena y soledad. Mucha soledad.
Ojalá tus días anden mejores que los míos, y no tengas tantas cosas que pensar y sentir. O sí. Mejor que los tengas, sí. Así te acercarías un poquito a mí y quizás hasta podrías entender este correo que (estoy segura) te sorprenderá.

Beso.
Flori.



* todavía en el borrador del correo, sin enviar.

10 septiembre, 2013

En terapia

La sesión de hoy con mi terapeuta se sintió como deben sentirse las peleas de boxeo. Fue una lluvia de preguntas sin respuestas constante que no titubeaban en abofetear mi mente hasta dejarla atontada. Fue un abrir de ojos sin cesar mientras ella me enseñaba toda mi fragilidad y yo hacía esfuerzos por no quebrarla.

Me fui con el sabor amargo de una derrota y una gran duda dando vueltas por mi cabeza. Después de una hora de uppercuts y varios intentos por defenderme -e incluso contraatacar- salí del consultorio también con una sola certeza. Una solita.

Necesito estabilidad. 

Un tiempo sin cambios impuestos por otros y poco aceptados por mí. Una temporada de eventos previstos y libre de sobresaltos. Unos días, semanas o incluso meses de tranquilidad.

Necesito estabilidad.

Para descansar finalmente en la certeza de saber que no hay más necesidad de adaptarme a lo nuevo, a lo diferente. Para ahorrar energía o bien utilizarla en otras cosas (porque el proceso de adaptación es inconmensurablemente agotador). Para recobrar todas esas partecitas de mi esencia que me arrebataron y ya no puedo regalárselas a nadie porque no están.... no están, como tampoco está él que tanta seguridad me dio y de un día para otro, plim plam plum, se fue. Y ahí vino el cambio. La inestabilidad. El dolor de la mano del duelo.

Necesito un poquito de estabilidad.

Para hacerle frente a la idea de que quizás mi vida esté teñida de ausencias.