10 septiembre, 2013

En terapia

La sesión de hoy con mi terapeuta se sintió como deben sentirse las peleas de boxeo. Fue una lluvia de preguntas sin respuestas constante que no titubeaban en abofetear mi mente hasta dejarla atontada. Fue un abrir de ojos sin cesar mientras ella me enseñaba toda mi fragilidad y yo hacía esfuerzos por no quebrarla.

Me fui con el sabor amargo de una derrota y una gran duda dando vueltas por mi cabeza. Después de una hora de uppercuts y varios intentos por defenderme -e incluso contraatacar- salí del consultorio también con una sola certeza. Una solita.

Necesito estabilidad. 

Un tiempo sin cambios impuestos por otros y poco aceptados por mí. Una temporada de eventos previstos y libre de sobresaltos. Unos días, semanas o incluso meses de tranquilidad.

Necesito estabilidad.

Para descansar finalmente en la certeza de saber que no hay más necesidad de adaptarme a lo nuevo, a lo diferente. Para ahorrar energía o bien utilizarla en otras cosas (porque el proceso de adaptación es inconmensurablemente agotador). Para recobrar todas esas partecitas de mi esencia que me arrebataron y ya no puedo regalárselas a nadie porque no están.... no están, como tampoco está él que tanta seguridad me dio y de un día para otro, plim plam plum, se fue. Y ahí vino el cambio. La inestabilidad. El dolor de la mano del duelo.

Necesito un poquito de estabilidad.

Para hacerle frente a la idea de que quizás mi vida esté teñida de ausencias.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué bueno volverte a encontrar Flori, cuánto ha pasado? ¿3 años?

Flori dijo...

Sí, algo así. Estaré por aquí de ahora en más :)