28 diciembre, 2009

Palabra mensual


Enero | intrascendente

Febrero | admirable

Marzo | planes

Abril | calmo

Mayo | turbulento

Junio | afligido

Julio | altibajos

Agosto | desafío

Septiembre | recuerdos

Octubre | cobardía 

Noviembre | complicidad 

Diciembre | nostalgia



¿Cuáles serían las palabras que describirían a cada uno de los doce meses que vivieron?

24 diciembre, 2009





El primero que vea a Papá Noel, que cante piedra libre.



(Tengo unos asuntos que arreglar con él)


17 diciembre, 2009

De mitos y leyendas



Cuenta la leyenda que Dédalos fue encarcelado junto con su hijo Ícaro en una torre de Creta. 
Y cuenta también que el mar y la tierra que circundaban la isla estaba custodiada por Minos, el rey de la misma.

El mito continúa con Dédalos enlazando plumas hasta formar dos alas que le permitieran a su hijo volar, escapando de esa manera de la prisión a la que habían sido destinados 
ya no recuerdo por qué. 

La cuestión es que Ícaro desobedeció a su padre y terminó por acercarse al sol, 
el cual derritió la cera que mantenía unidas a las plumas, 
cayendo irremediablemente al mar.





1 mensaje nuevo.
Ícaro tendría que haberse escapado un día nublado. Como hoy.

1 mensaje nuevo.
¿Qué anda pasando, Flori?

1 mensaje nuevo.
Estoy pensando de más. Ah, y Penélope me cae mal.


09 diciembre, 2009

Avión de despedida

Hace un tiempo atrás, en una mañana de miércoles frío y receso invernal boicoteado por exámenes pendientes, armaba un avioncito de papel que llevaba un mensaje de adiós en sus renglones. Eran mis letras las que adornaban las alas del aeroplano que jamás supo volar y que nunca se extendió por los aires hasta llegar a los ojos de donde solían colgarse mis pensamientos. Era una canción invadida de preguntas sin respuesta el contingente que se sometía a la frágil travesía de sobrevolar una típica tormenta de Julio que daba tregua sólo al amanecer. Eran mi escape y punto final aquél avión, aquellas letras, aquél adiós.

Estaba lejos, muy lejos de casa. 

Estaba sola -también- esa mañana de miércoles. Excepto por mi avión, por Glen Hansard y por el perro que cada tanto ladraba desde el patio. 

Caminé hasta la plaza más cercana para presenciar el despegue de una despedida en papel que nunca me obsequiaron en carne y hueso. 
No solté pañuelos blancos al aire, ni mis manos se movieron en un vaivén frenético. No se perdió mi mirada en un horizonte infinito, ni se me nubló el foco. No dije ninguna palabra, ni emití ningún sonido. En mi silencio, en mi quietud, en mi cautelosa manera de remontar ese avión de papel existía un pacto silencioso para conmigo misma: el de iniciar el interminable proceso del desapego. 
Y así fue como regresé a la rutina. Como regresé a casa.

Después de ese viaje, nunca más .

Hasta ahora, que me toca volver vestida de fiesta. Con la invitación de un casamiento en una mano y el alma siempre tan sensible en la otra. Haciendo eco con los tacos para ahuyentar el sonido que hacen mis pensamientos cuando se vuelven en mi contra. Enfundando la tristeza para cuando vuelva a casa, con un nuevo intento pendiente.

Vuelvo tal como me fui aquella vez. Con la certeza de que siempre (pero siempre, siempre) me cuesta horrores este tema del desprendimiento.



02 diciembre, 2009

Cosas que (no) pasan


Olvidarte la contraseña de la cuenta que tenés en la biblioteca de la facultad y por ese motivo intentar tres o cuatro posibles combinaciones de fechas-números-letras cada vez que querés sacar un libro.
Perder tres bufandas en un lapso de tres meses (justo lo que dura el invierno), o dejar el paraguas en cualquier lado.
Poner el despertador a las ocho de la mañana para aprovechar el día de estudio, y levantarte solito antes de que suene la alarma (y no volver a dormir, claro).
Enterarte sobre la fecha del casi exclusivo recital que tu artista favorita dará (quizás por única vez) y al momento de comprar la entrada, que figuren agotadas




Cosas que te pasan si sos Flori.

Cambiar la por-siempre-cómoda combinación de pantalones más zapas de lona por una pollera y sandalias, y que llueva.
Incurrir en fármacos que ayudan a recordar, en épocas donde muchos proclaman olvidar.
No figurar en la lista de alumnos que tienen que rendir el recuperatorio para el cual te súper preparaste (y como consecuencia tenés la preciosa sensación de saber mucho).
Que te aplaudan, silben y feliciten un montón de desconocidos porque aprobaste misteriosamente sin necesidad de dar el recuperatorio. 
Irte con una cuota de buen humor y alegría, que ya empezaban a escasear en tu vereda, y con la preciosa sensación de saber tanto.
Regularizar la materia que habías decidido dejar. Y sentir que, de alguna manera, te arrebataron el festejo.





26 noviembre, 2009

Combatiendo gigantes

Se sientan frente a mi angustia y se ahogan en el océano de mis lágrimas. Esquivan mi frustración y recogen los pedacitos estallados de una esperanza que de tanta aflicción terminó por desgastarse. Me escuchan despotricar contra todo sin inmutarse por la toxicidad de mi desesperanza y aguardan pacientes a que se acaben las palabras y comiencen los suspiros. 

Recién ahí, arremeten.

Juntan mis lágrimas y las ponen a secar bajo el sol de Noviembre; mascullan un par de retos, tres amenazas y un consejo; llenan mis oídos de posibilidades y cubren mi agenda de planes armados con paciencia y serenidad; convencen a mi incertidumbre diciendo que puedo, que siempre puedo.

Me disfrazan de David envolviéndome de ánimos para enfrentar -de esta manera- al Goliat que hoy en día me tiene a inquietudes y titubeos. Y así voy yo, con mis ojitos empequeñecidos por el llanto, el cuerpo a medio curar y un alma vulnerable, a luchar por lo que me corresponde. 

Yo, que de tan pequeña soy presa fácil para varios, me enfrento con un gigante de diecisiete pisos y códigos que se parecen más al de la selva que al de una comunidad de adultos profesionales, donde solamente el más apto sobrevive a los obstáculos e injusticias y alcanza el título que lo acredita para sanar a los demás.

Voy calibrando mi puntería y practicando golpes certeros para derrotar al monstruo invencible que se ríe en mi cara, burlándose de mis esfuerzos por concluir satisfactoriamente otro año de facultad.
Llevo conmigo puñados de fuerza, pilas de buenos augurios y montones de amuletos que desbordan mis bolsillos. Porque, a pesar de mi pequeñez y de su enormidad, pretendo defender mis esfuerzos hasta las últimas consecuencias aunque tenga que dejar lo que me queda de energía en el camino. 

Después de todo, tengo la certeza de que cuando mis tobillos flaqueen y se aflojen mis rodillas, alguien vendrá para recoger el ánimo desparramado y empalmar nuevamente el cuerpo desarmado. 

Y así volver a empezar.





[I'm fighting Goliath
With my little David, little David tears]



23 noviembre, 2009

Postal de domingo





Tan parecido a otros tantos domingos con cielo marfil, calles desiertas y compañías ridículas. 
Tan parecido a todos los veintidós que se repiten sistemáticamente en el calendario. 
Tan parecido a los últimos días de un verano que no quería volverse otoño. 


Y un  detalle que lo hace tan diferente a todo. A todos.






17 noviembre, 2009

Juventudes




¿Dónde quedaron la rayuela y el cielo, la mancha estatua, las figuritas imposibles de conseguir? ¿En qué álbum perdieron su pegamento los stickers de felpa que valían por dos o tres de los otros, al momento de intercambiarlos? ¿Qué destino tienen las tapitas de las botellas, ahora que los chicos no las usan para jugar a golear con sus deditos en los recreos?

Me pregunto dónde estarán los chicos que llegaban con los pantalones rotos a sus casas después de un partidito en el patio del cole. Dónde estarán las madres que remendaban aquellos agujeros con pitucones al tono, una y otra vez. Dónde, las chicas que escondían secretos en cuadernitos que guardaban con cautela y recelo.

Porque los chicos de ahora ya no canjean figuritas; sólo reparten puñetazos y patadas.
Y las chicas de ahora ya no saltan la soga ni juegan al elástico; sólo cuentan besos regalados durante el fin de semana a caras bonitas sin nombre y varios años de más.
¡Ni hablar de las madres! Que desaparecieron de los colectivos inundados de guardapolvos blancos y mochilas pesadas. Esos mismos colectivos en los que me toca viajar a mí cuando voy para la facultad y donde me horrorizo de pensar que la mancha y la escondida ahora son reemplazadas por una rara costumbre de peleas y violencia; de escuchar aquellos secretos que se solían esconder en diarios íntimos, pero que ahora se vuelven nota pública para todos los pasajeros; y de comprender que estos preadolescentes no se parecen en nada a la que yo dejé atrás.


A la que saltaba al elástico en los recreos.

A la que ansiaba llegar al cielo con sólo una piedrita y turnando el pie que se elevaba al aire.

A la que coleccionaba stickers, papel de carta, suspiros, secretos.

11 noviembre, 2009

Último esfuerzo

Un par de retos, tres consejos y "yo te ayudo" fueron suficientes para desenterrar mi banderita blanca y, en consecuencia, alzarme nuevamente en pos del esfuerzo y el intento. La empatía y el cariño fraternal que mis compañeros tienen para conmigo fue el arma que utilizaron para convencerme de que no perdía mucho (en realidad, no  perdía nada) si me decidía por hacer un último esfuerzo.

Revisamos cronogramas, armamos planes, reorganizamos clases, desarmamos lo planeado y volvimos a empezar. Así por un buen rato, hasta que todo encajó
Y yo te ayudo. 
Y está bien, gracias.

Le siguió un fin de semana con lecturas maratónicas, almuerzos casi merienda, bacterias-hongos-parásitos-virus, risas, chistes sin sentido, café con galletitas, su casa, el departamento de mi abuela. Y mil y una excusas para no rendir la materia que había decidido dejar setenta y dos horas antes.

Lo cierto es que fui. Lo intenté. Me presenté al exámen, pero con la condición de que si me iba mal el abandono sería definitivo; de manera contraria si yo aprobaba, seguiría con la materia.

Entré ansiosa.
Resolví los casos clínicos mientras mis piecitos se balanceaban en el aire.
Pinté los circulitos de las respuestas correctas.
Entregué el exámen, firmé, agradecí y me fui. 

Afuera me esperaban todos, con caras raras. Y más afuera el cielo se desarmaba en gotas y truenos.
Adentro todo era impaciencia y espera, hasta el momento en que publicaron las respuestas correctas.



Sí, aprobé. 
Adiós a mi amenaza de abandono. 
Hola al último esfuerzo.



[imágen de aquí]

03 noviembre, 2009

Cuestión de valores

Flori
Mirá XY, a mí no me molesta que digas ye cuando en realidad es igriega, ni que les digas colectivo a los micros de larga distancia, ni que me invites a tomar unos mates a tu departamento. 
No es eso, para nada. 
Lo que me molesta es tu falta de valores nomás, que me genera unas ganas terribles de revolearte el libro de patología* por la cabeza.


XY
¿Falta de valores?


Flori
Sí, eso mismo.
¿¡Cómo me vas a negar dos veces.. DOS VECES, que hace más de un año estás noviando con una chica de tu ciudad!? Y no es que yo tenga la bola de cristal, eh.
Lo dice bien clarito en el feisbu. En una relación con Fulana de Tal.


XY
¿Qué tiene que ver con los valores eso?


Flori
Todo, XY. Todo.
Estás en una relación con alguien a quien hace más de un año venís cuidando, adorando, amando y en menos de diez minutos, con una charla y un "sos muy simpática"... ¡puf! Desapareció de tu radar.
La hiciste desaparecer no con tu invitación, que podría haber sido completamente amistosa, sino con tu negación. Doble negación, para ser más precisos.
No tenés idea de lo afortunado que sos al tenerla a un subte de distancia. Así que sí, XY. Valores.
Se ve que estaba en la patita que te falta del cromosoma.
Chau.




* Robbins, séptima edición. Original. Tapa dura. Mil quinientas diecisiete páginas. Pesa más que yo. En serio. 
Sino, pregúntenle a Diego.

29 octubre, 2009

Bandera blanca



Hay que saber decir basta. Gritar hasta acá llegué, y quedar íntegro al terminar: de pie, sonriente, observando cómo avanza el resto. 

Plantar una banderita que de tan blanca semeje a la nieve no es ya sinónimo de debilidad sino todo lo contrario, puesto que requiere de una gran cuota de coraje y decisión. Cuota que creí ausente en mi constante vacilación, pero que acabo de recobrar al decidir dejar una materia de la facultad.

Es que creo que, a veces, es mucho mejor la rendición que la eterna e intangible batalla librada contra uno mismo.
Por eso hoy mis cuarenta y seis kilos con cuatroscientos gramos y yo, decimos basta. 


Hasta acá llegamos.


25 octubre, 2009

Radares



Pip.
Piip.
Pip.

Si el pulso de una onda de alta frecuencia alcanza un objeto, cualquiera sea éste, rebota y vuelve a donde salió: una antena parabólica que varía de tamaño según sea el radar del que se esté tratando. 
De esta manera, se puede calcular la distancia a la cual se encuentra aquél objeto (cuando a simple vista se hace imposible su localización), en función del tiempo que tarde la señal en ir y volver.

Pip. 
Piip. 
Pip.


Hoy me di cuenta que algunas ondas ya no rebotan por acá
Me estaré volviendo indetectable, e incalculable la distancia que nos separa.


22 octubre, 2009

Globos perdidos

¿A dónde van los globos cuando se sueltan de la mano de quien los remontaba en el aire? ¿A dónde van cuando quien sostiene el piolín que los mantiene amarrados se tropieza, o cuando -por descuido, tal vez- los adultos no los sujetan con firmeza y los pierden? ¿En qué rincón del espacio quedarán amontonados mientras los vemos alejarse por la inmensidad del firmamento?

Quedarán solitos en alguna vereda despoblada, quizás, aquellos cuya corta trayectoria los destine al suelo en vez de al cielo. Perdidos. Abandonados. Como el solitario globo amarillo que me encontré hoy mientras iba camino a la facultad, que no tenía hilo alguno que lo arremolinara con el viento ni pedacitos de papel picado que indicara un festejo del cual se escapó sin querer.

Fue realmente triste verlo ahí tan dejado del juego y la diversión, casi abandonado. Aunque la desdicha fue peor cuando descubrí que -así como el globo amarillo- mis ganas, mis planes y hasta mis ilusiones, también se van volando de a una. Y no hay hilo que los retenga a mis manos que anudan cordones, arman trenzas o inventan animales con un guante de látex y algunos marcadores. 

Sólo siento cómo se me escapan cuando, sin querer, tropiezo con recuerdos; o veo cómo se me escurren entre mis dedos que ya no tienen fuerza de tanto asir planes que se deshacen con el tiempo. 
Se me van las ganas lejos, siempre lejos de acá. Remontan hacia un lugar sin nombre ni dirección donde pueda ir a reclamarlas y se acumulan allí, probablemente, junto con otras cosas que voy extraviando con cada ventarrón.

Junto con los globos perdidos que se sueltan, sin querer, de la mano de un chiquito para amontonarse vaya uno a saber dónde.





13 octubre, 2009

Instinto de preservación

Equis y Zeta se llevan mal. Pero mal-mal. Casi no tienen una relación, de no ser porque Zeta está comprometida con el mejor amigo de Equis y a veces no queda más remedio que compartir reuniones o charlas casuales.

Zeta se casa con el mejor amigo de Equis, al tiempo. Y como Equis trabaja editando videos, Zeta le pide la grabación del casamiento. Claro que Equis hace su mejor esfuerzo para evitar dársela, porque -recordemos- se llevan mal. Mal-mal.

Hasta que un día es Zeta la que se cansa y le toca el timbre a Equis. Así, de la nada. Lo arrincona en su propio ambiente y le pide de ser amigos. Amigos de ese momento en más. Porque ella es buena y no entiende la razón por la cual él la desprecia tanto. Amigos a partir de entonces. Y a Equis le parece bien

Resumiendo, Zeta encuentra el video que buscaba y le da play. Ella con vestido de novia, preciosa. Ella sonriendo en la iglesia. Ella de lejos. Ella de cerca. Ella bailando. Ella seria. Ella, ella, ella. Por acá, por allá, por donde se mire: ella. Zeta.

Y la sonrisa de los primeros minutos se llenan de preguntas hacia el final. Que por qué tanto menosprecio, maltrato, enojo... si en realidad no era eso lo que realmente sentía.

Instinto de preservación. Eso fue lo que Equis respondió.



Algunos silencios, algunas censuras, algunas distancias no son más que eso. Pequeños intentos por preservar lo poco que queda de un alma que duele con presentes desgarradores, para poder continuar con la rutina, con el trabajo, con el estudio. 
Para poder sobrellevar los domingos de tormenta y engañar a la triste sensación de la cama vacía al terminar el día.
Para seguir adelante, porque el mundo no se detiene por nadie.


[Para mí, eres perfecta]


04 octubre, 2009

Nancy

Se llamaba Nancy y no había sido sencillo encontrarla, a pesar de contar con su dirección anotada en un papelito minúsculo con letra de hombre. Una galería de la avenida Santa Fé. Un negocio de ropa, como tantos otros. Y Nancy.

Apenas entré, pregunté por ella. Y como si se tratase de una vieja amiga que hacía siglos no veía, extendió sus brazos en un abrazo raro pero confortable. 
Sos igual a tu hermano, repetía mientras me llevaba detrás del mostrador.

Hablaba fuerte y tan rápido que parecía no detenerse a respirar. En menos de lo que tardé en bajar los estrechos peldaños de la escalera caracol que daba al sótano ya me había contado de su jefa que podía aparecerse en cualquier momento, de sus hijas, y de su proximidad al abuelazgo con tan sólo cuarenta y pocos años. 

Dejó sentado en más de una ocasión que lo suyo era mera interpretación. Que era un nexo entre ellas y yo, como una traductora sin certificado universitario (porque para esas cosas no existen academias ni títulos). Que hacía de ese don un pasatiempo.

Juntó algunas sillas alrededor de una mesa y me dio instrucciones que, de los nervios, no obedecí. Barajó. Cortó. Volvió a barajar. Esparció las cartas en forma de abanico, y me pidió que eligiera una. Una solita. Y dála vuelta.

Temblé. Como tiemblo cuando estoy nerviosa o asustada. 

Escogí una carta. La separé del arco iris de papel, y la dí vuelta. Ahí quedó, sola sobre la mesa, acusándome con su dibujo inentendible.
Nancy me miró y se sonrió.

-Estás enamorada.

Y temblé, de nuevo, porque mis sospechas se habían confirmado y la curiosidad saldado.


Era la primera vez que me enamoraba de verdad. Y aquella sería la primera vez que me romperían el corazón, de verdad.

29 septiembre, 2009

Monstruos invencibles




(Y yo sin saber luchar)





25 septiembre, 2009

Fotografía



Quieta. Sonriendo. Posando. Tratando de plasmar todo lo que pasa en una mueca. Lista, preparada. Y el flash que inmortaliza.Ya. Así quedo. Feliz. Por siempre. 

¿Cuántas veces volviste a sacarme una foto sin que lo notara? ¿Cuántas veces más quedó eternizada mi risa entre píxeles rebeldes que no pidieron permiso para plagiarme? ¿Cuánto tiempo más vas a tardar en darte cuenta que es el miedo lo que nos lleva a registrar un gesto, un abrazo, un beso?

Porque de tanto temor a perder lo que nos cura el alma, apretamos el botoncito que nos abre la puerta a la inmortalidad y nos asegura -a la vez- un pasaje en primera clase con destino al recuerdo. Para cuando tu historia y la mía ya no sea nuestra. Para cuando la nostalgia se vuelva aliada del insomnio, y juntos salgan a buscarnos. Para cuando ya no esté. Yo. Vos. Ninguno de los dos.

Porque de tanto desasosiego dejamos cumpleaños, noches de lluvia, tardes de sol, sueños, alegrías, confesiones... todo, todo, todo, lo dejamos en la memoria de alguna cámara. Que, con suerte, podrán volverse papel y tendrán marco. Y, con suerte, adornarán alguna esquina de la casa llevándonos al pasado cuando, con el plumero, quitemos los restos del polvo que se le junta de tanto desuso. 



Sigo quieta, mirando fijo con alguna mueca que te muestre cómo estoy hoy. Lista, preparada. El flash que ciega, y yo que me pregunto para qué servirán las fotos, si no es para recordar. 

Ya