Pum, pum. Pum, pum.
Y dicen que dolés, nomás. Vos, que sos músculo y nervios y vasos con un torrente rojizo que te nutre. Vos, que intercambiás iones por canales que se modifican en menos de lo que dura un pestaneo. Vos, que sos un ejemplo fiel de lo maravilloso y organizado que es el cuerpo humano. Vos, que sos puro pum pum. Dolés.
Cuando el cuerpo tiembla de la emoción frente a una nueva noticia inesperada.
Cuando los ojos se nublan, producto de una nueva decepción.
Cuando las tristezas se acumulan entre silencios que son llenados sólo con tu repiqueteo cíclico. Dolés
Pero ellos, que tanto afirman, escriben y proclaman tu dolor en forma de prosa, de canciones, de historias... ellos, no saben que es mentira. Desconocen que vos, corazón fisiológico, no tenés terminaciones sensitivas conscientes que permitan reconocerte afligido en una noche de insomnio.
Debe ser el otro, entonces. Ese que dibujamos con bordes circulares y lápices de colores, con una forma anatómicamente incorrecta; que no tiene aurículas ni ventrículos, y de los cuales no salen arterias que mantengan en vida al resto del cuerpo, como vos sabés hacer.
Debe ser ese, que vive de mariposas durante la primavera y de abrazos tibios en época de invierno. Ese que se quiebra en cada despedida, que se fragmenta y se deshace con las ausencias. Ese, que no figura en los manuales de fisiología... ese sí debe doler.
Y quizás tenga que ser este corazón de pinturitas, entonces, el que se detenga cada vez que alguien muere de amor. Para que, de esta manera, tu pum pum siga resonando en el pecho, recordándonos que -después de todo- seguimos vivos.