(Y yo sin saber luchar)
29 septiembre, 2009
25 septiembre, 2009
Fotografía
Quieta. Sonriendo. Posando. Tratando de plasmar todo lo que pasa en una mueca. Lista, preparada. Y el flash que inmortaliza.Ya. Así quedo. Feliz. Por siempre.
¿Cuántas veces volviste a sacarme una foto sin que lo notara? ¿Cuántas veces más quedó eternizada mi risa entre píxeles rebeldes que no pidieron permiso para plagiarme? ¿Cuánto tiempo más vas a tardar en darte cuenta que es el miedo lo que nos lleva a registrar un gesto, un abrazo, un beso?
Porque de tanto temor a perder lo que nos cura el alma, apretamos el botoncito que nos abre la puerta a la inmortalidad y nos asegura -a la vez- un pasaje en primera clase con destino al recuerdo. Para cuando tu historia y la mía ya no sea nuestra. Para cuando la nostalgia se vuelva aliada del insomnio, y juntos salgan a buscarnos. Para cuando ya no esté. Yo. Vos. Ninguno de los dos.
Porque de tanto desasosiego dejamos cumpleaños, noches de lluvia, tardes de sol, sueños, alegrías, confesiones... todo, todo, todo, lo dejamos en la memoria de alguna cámara. Que, con suerte, podrán volverse papel y tendrán marco. Y, con suerte, adornarán alguna esquina de la casa llevándonos al pasado cuando, con el plumero, quitemos los restos del polvo que se le junta de tanto desuso.
Sigo quieta, mirando fijo con alguna mueca que te muestre cómo estoy hoy. Lista, preparada. El flash que ciega, y yo que me pregunto para qué servirán las fotos, si no es para recordar.
Ya.
22 septiembre, 2009
Aniversario
19 septiembre, 2009
Confesiones de invierno
Resulta que siempre-siempre tengo las manos frías, y los días de lluvia los pies también se me congelan. Que estornudo tres veces cada vez que me despierto, que le creo al meteorólogo de cachetes regordetes del noticiero de la mañana, y que desayuno un té con una tostada a las apuradas.
Resulta que sufro de una angustia rara los días miércoles. Que en las escenas tristes de las películas, camuflo las lágrimas con un bostezo para que nadie se de cuenta. Que cuando estoy nerviosa, tiemblo.
Que tengo una libretita muy pequeña al lado de la cama, y antes de irme a dormir anoto una frase -cualquiera- que me haya sido significativa ese día.
Que algunas mañanas, cuando no tengo ganas de peinarme y los rulos son incontrolables, termino haciéndome un rodete y sanseacabó.
Que me gustan los antebrazos fornidos.
Que no puedo leer si no hay música de fondo. Ni estudiar si no es en voz alta.
Que mi memoria va involucionando cada vez más. Aunque selectivamente.
Que le tengo miedo a las alturas, a las arañas y a tenerte delante.
[bonus track: resulta que no quiero un análisis detallado de mí misma según un terapeuta sin certificado. Porque ya sé lo que dirá, y me basta con quedármelo para mí solita]
13 septiembre, 2009
Malas noticias
Sonaba una pieza de Bach en el anteúltimo vagón de un subte repleto de gente en el mediodía de un sábado con sol. De las cuerdas del violín desafinado se desprendía la melodía que paseaba entre parejas distraídas, unos pocos sacos con corbatas y mis ojos dormidos. Con el ir y venir del arco, se reproducía una hipnotizante partitura barroca.
Con la cabeza inclinada hacia un costado y la sonrisa dibujándoseme casi por reflejo, pensaba en cuánto me hubiera gustado aprender a tocar el violín.
La paz del instrumento (a pesar del alboroto del viaje, el subir y bajar de pasajeros, el estruendo de las puertas de madera al cerrarse) desanudó un poco mi estómago y relajó otro tanto a mis pensamientos.
Es que las malas noticias viajan rápido y uno se pone en el lugar del damnificado -sin quererlo, tal vez- para terminar dándose cuenta de que las cosas siempre pueden empeorar. Que exageramos, a veces. Que casi todo tiene solución, y es ese casi el que me tiene a medio dormir por las noches. Porque yo creía que en un cajón sólo cabían los ancianos y los enfermos, y ahora resulta que el novio de una amiga (y compañera) de la facultad fue enterrado en la semana tras un accidente en la ruta. Un chico de mi edad, con planes de convivencia, un compromiso reciente, y toda una vida por delante.
Me es inevitable ponerme en el lugar de mi amiga para encontrar algo que decirle. Algo que la saque de esa inanición que se hace carne en cada músculo de su cuerpo. Pero en mi intento por entenderla termino por angustiarme al enunciar los nunca más que sucederán de ahora en más.
Nunca más volver a verlo. Encontrar su mirada en una multitud y sonreírle, entre pícara y cómplice.
Nunca más volver a sentirlo. Percibir cómo se eriza la piel con cada caricia y en cada abrazo.
Nunca más volver a besarlo. Escucharlo. Amarlo. Retarlo. Celarlo...
Para cuando el muchacho del violín se bajó del anteúltimo vagón de un subte repleto, tenía mis ojos cerrados y la frase de una serie de TV rondando en la cabeza inundada de pensamientos y comparaciones.
Haz un plan. Ponte un objetivo. Trabaja hacia él. Pero cada tanto mira a tu alrededor.Absórvelo. Porque esto es todo... y todo podría desaparecer mañana.
Un escalofrío a lo largo de la espalda me despertó, y la estación donde me bajaba me devolvió al mundo real.
[para letra, clic acá]
08 septiembre, 2009
Jaque Mate
Algunos reencuentros se dan sin necesidad de planificaciones previas cuando dos caminos, bifurcados hace algunos años convergen en una esquina de barrio. Casi como un juego del destino, que pareciera divertirse mientras mueve a las personas como si fueran fichas de ajedrez.
Vos, peón, un paso hacia adelante. Vos, alfil, dos en diagonal.
Hasta que llega un momento en el que, por más movimiento que se haga, uno se enfrenta al otro. Irremediablemente. Como sucedió la noche del viernes, en la que me encontré -por casualidad- con aquél que fue mi novio del secundario.
Muy lejana parece aquella relación que ya no recuerdo por qué motivo terminó. Más de cinco años, y en el medio algún saludo a las apuradas o alguna mueca a la distancia. Pero nunca una charla, un cómo estás. Nunca un café en el medio de las ocupaciones y las responsabilidades.
Es que cada uno siguió su rumbo, probablemente sin interesarse por el otro.
Él estudió y se recibió de chef, permitiéndole ir a trabajar al sur por unos cuantos meses. Pero, al tiempo, la idea de una empresa familiar lo reubicó en Colombia, aunque no por mucho. Y ahora, finalmente dedicado a la música, se codea con personajes que Hermano Pequeño suele escuchar en su reproductor de música.
Yo sigo estudiando para ser médica, a pesar de la crisis interna que sigo batallando. Peleándome con la cocina -cada tanto- y convenciendo a Hermano Pequeño para que me lleve con él en su viaje de egresados a Bariloche. Rodeada de música, sin salir más allá de la Capital Federal, codeándome con los pasajeros de un colectivo que vuelve lleno de gente cansada.
Tantos logros suyos hicieron eco en mis metas inalcanzables, de manera que volví a casa mascullando un amargo Jaque.
Todo hubiera terminado por disolverse con la lluvia de estos últimos días de invierno, de no ser por el mensaje que encontré hoy en mi bandeja de entrada.
Que fue lindo haberme visto de nuevo. Que es bueno saber que ando bien. Que me vio contenta, y le gustó. Que, aunque sabe que no tengo tiempo y quizás suene descolocado, le gustaría invitarme a tomar algo algún día. Que espera que mi vida siga bien. Que me manda un beso.
Tanta palabrería desencadenó un ataque de risa que costó controlar. Y mientras recordaba aquél motivo por el cual la relación finalizó, solté al aire un exultante Jaque Mate.
03 septiembre, 2009
Espera
Empezar el día y que -de la nada- se escapen unos lagrimones de angustia por los ojos, no es una buena señal.
Bajar del colectivo en pleno viaje hacia la facultad porque se avecina un llanto imparable, tampoco.
Es que cuando te asalta la realidad, dos palabras y mil preguntas, no queda mucho por hacer. Sólo esperar que todo pase.
Espero.
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