Equis y Zeta se llevan mal. Pero mal-mal. Casi no tienen una relación, de no ser porque Zeta está comprometida con el mejor amigo de Equis y a veces no queda más remedio que compartir reuniones o charlas casuales.
Zeta se casa con el mejor amigo de Equis, al tiempo. Y como Equis trabaja editando videos, Zeta le pide la grabación del casamiento. Claro que Equis hace su mejor esfuerzo para evitar dársela, porque -recordemos- se llevan mal. Mal-mal.
Hasta que un día es Zeta la que se cansa y le toca el timbre a Equis. Así, de la nada. Lo arrincona en su propio ambiente y le pide de ser amigos. Amigos de ese momento en más. Porque ella es buena y no entiende la razón por la cual él la desprecia tanto. Amigos a partir de entonces. Y a Equis le parece bien.
Resumiendo, Zeta encuentra el video que buscaba y le da play. Ella con vestido de novia, preciosa. Ella sonriendo en la iglesia. Ella de lejos. Ella de cerca. Ella bailando. Ella seria. Ella, ella, ella. Por acá, por allá, por donde se mire: ella. Zeta.
Y la sonrisa de los primeros minutos se llenan de preguntas hacia el final. Que por qué tanto menosprecio, maltrato, enojo... si en realidad no era eso lo que realmente sentía.
Instinto de preservación. Eso fue lo que Equis respondió.
Algunos silencios, algunas censuras, algunas distancias no son más que eso. Pequeños intentos por preservar lo poco que queda de un alma que duele con presentes desgarradores, para poder continuar con la rutina, con el trabajo, con el estudio.
Para poder sobrellevar los domingos de tormenta y engañar a la triste sensación de la cama vacía al terminar el día.
Para seguir adelante, porque el mundo no se detiene por nadie.
[Para mí, eres perfecta]