Entonces es buena suerte, chau, adiós.
Y lo que sea que pasó en todo este tiempo fue pierdiendo brillo y color hasta quedar como una vieja película de épocas antiguas. Lejana. A medio recordar. ¡Y vos que asegurabas no olvidarte de mí! ¡Y yo que confirmaba quererte por mucho tiempo más!
Será que nos desgastamos de tanto roce, tanta fricción; de tanto enojo y desencuentro; de tanta distancia. Será que nos agrietamos en esta larga espera, que cualquier agresión -por ínfima e insignificante que resulte- fue causa suficiente para hacernos estallar y dejar librados al aire miles de recuerdos y momentos compartidos. Restándoles importancia, o aniquilándolos con silencios.
Será que nos ganó el cansancio, que ni ganas tuvimos de andar juntando los pedacitos de algo que quizás fue inventado. O tal vez haya sido la comodidad de darse por vencido lo que nos devolvió al principio: a ser dos desconocidos de mundos distintos aunque rutinas igual de agotadoras. De besos tibios o amargos -vos dirás- en cada atardecer. Del cuerpo listo para rendirse en abrazos cálidos y el corazón dispuesto a enamorarse perdidamente de quien se desviva por hacernos feliz.
Habrá sido esto o aquello.
Habrás sido vos, o habré sido yo.
Sea como fuere, es así.
Buena suerte.
Chau.
Adiós.
vos,
que todavía pasás..